I I
Con las primeras palabras surgidas del teléfono, el intendente Corradi no comprendió con claridad y creyó que se trataba de un incendio o siniestro similar.
- ¿No se le ocurrió llamar a los bomberos o alguna cuadrilla antes de sacarme de la ducha? – Me levanto un día clave y el primer boludo que me llama es el director del parque de diversiones...penso...¡ Me jode hoy por el parque de diversiones !
Trato de serenarse y pensó: en fin, ojalá sea lo único fuera de libreto hoy y será el mejor día de los últimos meses.
Cambió el tono de voz
- Pero, ¿qué ocurrió Azcúenaga? ¿Hay gente lastimada?
- Tengo diez desaparecidos – contestó el interpelado – gente de seguridad...
- ¿Quién le avisa a usted?
- Yo... el capataz de turno, señor; el de la cuadrilla de recorrida – el administrador del parque estaba evidentemente conmocionado.
- ¿Hizo una recorrida visual? ¿Quién es el jefe de seguridad?¿Qué comisaría interviene?
- Señor, creo que va a ser mejor que venga usted mismo
- ¿Yo? Escucheme, le mando a alguien y ...
- Escucheme, por favor – lo interrumpió – no lo molestaría si fuera algo que yo u otra persona de su confianza pudiera manejar, pero aquí ocurrió algo fuera de lo común señor – y agregó – temo que el consejal Santillán ya está informado, pues me acaban de avisar que me aguarda en la oficina contigua.
Las palabras tuvieron un efecto de parálisis que se evidenció en el silencio que se hizo al otro lado del auricular.
- Carlos, escúcheme bien. Voy a ir con dos o tres de mis asesores; reúname en su oficina al jefe del operativo policial, llámeme a algún responsable de la empresa que presta
seguridad y dilate la entrevista con Santillán; dígale que aguarde mi llegada, que personalmente lo voy a atender luego de interiorizarme del tema que nos ocupa.
- Está bien señor
- No quiero al periodismo. No hay motivo para que se filtre nada por el momento; pues si ustedes mismos no están seguros de lo que pasó o qué fue lo que ocurrió y no hay testigos visuales fuera del parque, no veo la necesidad de complicar un hecho meramente policial y anecdótico, justo con una agenda electoral como la que yo tenía para hoy – su voz era pausada pero cargada de amenazas implícitas.
- Algo más Carlos
- Sí, escucho
- Por su bien, espero que todo esto no sea una boludez – colgó el auricular.
Terminándose de vestir, el intendente llamó a su secretaria y pidió que corriese la agende su despacho arguyendo un resfrío leve por el brusco cambio de temperatura. Por la tarde iría. Luego decidió que mejor iría solo al parque; no quería más agitación y sus asesores no iban a contribuir a ello seguramente.
Su mujer lo saludó rumbo al garage. Los niños trinaban dentro de la van de reciente adquisición y escuchó, mientras tomaba un ligero desayuno, como partía hacia la escuela
la alocada caravana. Estaba lejos de ellos esos días... ya habría tiempo más adelante pensó. Luego sus pensamientos volaron a la llamada de Azcuénaga
- No ahora, ...no hoy – se dijo y aferraba el vaso de café con más fuerza.
Ese fin de semana lanzaba su campaña. Era la primera elección directa del intendente metropolitano y quería probarle al presidente que no se había equivocado. Le había hecho apostar fuerte. Le prometió el crédito político de ser el primer mandatario que pasase de la declamación a los hechos, dándole a la metrópolis capital un jefe electo por sus propios ciudadanos; pero garantizándole no perder el control de aquella ciudad que marcaba el pulso de la política del país. Debía triunfar y tenía grandes posibilidades.
Llevaba tres años en el cargo y había conseguido algo poco usual: habiendo accedido al poder con la anterior administración, ahora opositora, se mantuvo confirmado por el actual gobierno. La única realización realmente notoria de su gestión fue erradicar el cáncer de burocracia y corrupción que se había ramificado en el curso de décadas. Agilizó sus obligaciones en base a privatizaciones muy controladas; se capitalizó con fuertes impuestos a la radicación de industrias, que obviamente no podían transladar a costos razonables sus emplazamientos capitalinos. Derogó ridículos decretos prohibitivos; pero gravó fuertemente los derechos de lo hasta ahora no permitido: publicidad callejera, radiodifusión barrial, estacionamientos, ventas ambulantes, asentamientos comerciales en ciertas zonas residenciales; utilización de recursos escasamente renovables, etc. Todo esto firmemente controlado y fiscalizado por organismos competentes.
Fue sorteando la desconfianza de ecologistas, organizaciones barriales y centros culturales; por otro lado beneficiados todos ellos por el ingreso de recursos o los permisos mismos. No cedió a las presiones de los poderosos, a los que manejó con pedidos de paciencia, promesas al apostar a su futuro como político o simplemente con jurar aplastarlos si se cruzaban en su camino.
Obtuvo del ejecutivo facultades únicas. La ciudad, gigantesca megalópolis séptima en habitantes y cuarta en superficie urbana en el mundo, fue objeto de un status especial y todas sus organizaciones y servicios dejaron la órbita de sus respectivos ministerios, secretarías, entes autárquicos u organismos de nivel nacional para pasar al ámbito municipal. Más aún, la Policía Federal desplazó en su jurisdicción a la Provincial y el gran conurbano de municipios pertenecientes a una provincia del estado, entró en lo que se denominó “Cinturón de Seguridad y Progreso de la ciudad”. Gozó así de los beneficios económicos de la Capital, pero debió rendir tributo y obediencia. Generó una fuerza de seguridad policial firme, disciplinada, superprofesional e incorruptible, con la que arrinconó a la delincuencia. Formó un estado dentro de otro estado y él era el soberano. Tenía credibilidad, había sido honesto y repartió los frutos del repunte económico, elevando la calidad de vida. Se produjo así un incremento de la población que aumentó notablemente el peso electoral del distrito capital. Pero este flujo de gente fue habilmente dosificado por las dificultades que se ponían para la radicación en la ciudad y el costo de vida alto para el resto de los habitantes del país. El estado perdió así una onerosa responsabilidad, que incumbía un gran bolsón de pobreza perisférica; un electorado hostil; una granclase media preparada y exigente y los problemas directos de quince millones de almas, casi la mitad del total nacional.
Corradi meditaba y temía que el incidente en el parque fuese premeditado para empañar su campaña a horas del lanzamiento. Su ascenso en la pirámide de poder podía verse comprometido por el suceso más nímio. No había manchas en su carrera; reservaba su codicia y ambición para cuando estuviera en la cúspide, de aquí a dos o tres años. Era un perfecto megalómano y solo tenía treinta y siete años.
Mientras atravesaba el parque que circundaba la casona, deseó realmente que lo del centro de diversiones fuese una boludez.
Con las primeras palabras surgidas del teléfono, el intendente Corradi no comprendió con claridad y creyó que se trataba de un incendio o siniestro similar.
- ¿No se le ocurrió llamar a los bomberos o alguna cuadrilla antes de sacarme de la ducha? – Me levanto un día clave y el primer boludo que me llama es el director del parque de diversiones...penso...¡ Me jode hoy por el parque de diversiones !
Trato de serenarse y pensó: en fin, ojalá sea lo único fuera de libreto hoy y será el mejor día de los últimos meses.
Cambió el tono de voz
- Pero, ¿qué ocurrió Azcúenaga? ¿Hay gente lastimada?
- Tengo diez desaparecidos – contestó el interpelado – gente de seguridad...
- ¿Quién le avisa a usted?
- Yo... el capataz de turno, señor; el de la cuadrilla de recorrida – el administrador del parque estaba evidentemente conmocionado.
- ¿Hizo una recorrida visual? ¿Quién es el jefe de seguridad?¿Qué comisaría interviene?
- Señor, creo que va a ser mejor que venga usted mismo
- ¿Yo? Escucheme, le mando a alguien y ...
- Escucheme, por favor – lo interrumpió – no lo molestaría si fuera algo que yo u otra persona de su confianza pudiera manejar, pero aquí ocurrió algo fuera de lo común señor – y agregó – temo que el consejal Santillán ya está informado, pues me acaban de avisar que me aguarda en la oficina contigua.
Las palabras tuvieron un efecto de parálisis que se evidenció en el silencio que se hizo al otro lado del auricular.
- Carlos, escúcheme bien. Voy a ir con dos o tres de mis asesores; reúname en su oficina al jefe del operativo policial, llámeme a algún responsable de la empresa que presta
seguridad y dilate la entrevista con Santillán; dígale que aguarde mi llegada, que personalmente lo voy a atender luego de interiorizarme del tema que nos ocupa.
- Está bien señor
- No quiero al periodismo. No hay motivo para que se filtre nada por el momento; pues si ustedes mismos no están seguros de lo que pasó o qué fue lo que ocurrió y no hay testigos visuales fuera del parque, no veo la necesidad de complicar un hecho meramente policial y anecdótico, justo con una agenda electoral como la que yo tenía para hoy – su voz era pausada pero cargada de amenazas implícitas.
- Algo más Carlos
- Sí, escucho
- Por su bien, espero que todo esto no sea una boludez – colgó el auricular.
Terminándose de vestir, el intendente llamó a su secretaria y pidió que corriese la agende su despacho arguyendo un resfrío leve por el brusco cambio de temperatura. Por la tarde iría. Luego decidió que mejor iría solo al parque; no quería más agitación y sus asesores no iban a contribuir a ello seguramente.
Su mujer lo saludó rumbo al garage. Los niños trinaban dentro de la van de reciente adquisición y escuchó, mientras tomaba un ligero desayuno, como partía hacia la escuela
la alocada caravana. Estaba lejos de ellos esos días... ya habría tiempo más adelante pensó. Luego sus pensamientos volaron a la llamada de Azcuénaga
- No ahora, ...no hoy – se dijo y aferraba el vaso de café con más fuerza.
Ese fin de semana lanzaba su campaña. Era la primera elección directa del intendente metropolitano y quería probarle al presidente que no se había equivocado. Le había hecho apostar fuerte. Le prometió el crédito político de ser el primer mandatario que pasase de la declamación a los hechos, dándole a la metrópolis capital un jefe electo por sus propios ciudadanos; pero garantizándole no perder el control de aquella ciudad que marcaba el pulso de la política del país. Debía triunfar y tenía grandes posibilidades.
Llevaba tres años en el cargo y había conseguido algo poco usual: habiendo accedido al poder con la anterior administración, ahora opositora, se mantuvo confirmado por el actual gobierno. La única realización realmente notoria de su gestión fue erradicar el cáncer de burocracia y corrupción que se había ramificado en el curso de décadas. Agilizó sus obligaciones en base a privatizaciones muy controladas; se capitalizó con fuertes impuestos a la radicación de industrias, que obviamente no podían transladar a costos razonables sus emplazamientos capitalinos. Derogó ridículos decretos prohibitivos; pero gravó fuertemente los derechos de lo hasta ahora no permitido: publicidad callejera, radiodifusión barrial, estacionamientos, ventas ambulantes, asentamientos comerciales en ciertas zonas residenciales; utilización de recursos escasamente renovables, etc. Todo esto firmemente controlado y fiscalizado por organismos competentes.
Fue sorteando la desconfianza de ecologistas, organizaciones barriales y centros culturales; por otro lado beneficiados todos ellos por el ingreso de recursos o los permisos mismos. No cedió a las presiones de los poderosos, a los que manejó con pedidos de paciencia, promesas al apostar a su futuro como político o simplemente con jurar aplastarlos si se cruzaban en su camino.
Obtuvo del ejecutivo facultades únicas. La ciudad, gigantesca megalópolis séptima en habitantes y cuarta en superficie urbana en el mundo, fue objeto de un status especial y todas sus organizaciones y servicios dejaron la órbita de sus respectivos ministerios, secretarías, entes autárquicos u organismos de nivel nacional para pasar al ámbito municipal. Más aún, la Policía Federal desplazó en su jurisdicción a la Provincial y el gran conurbano de municipios pertenecientes a una provincia del estado, entró en lo que se denominó “Cinturón de Seguridad y Progreso de la ciudad”. Gozó así de los beneficios económicos de la Capital, pero debió rendir tributo y obediencia. Generó una fuerza de seguridad policial firme, disciplinada, superprofesional e incorruptible, con la que arrinconó a la delincuencia. Formó un estado dentro de otro estado y él era el soberano. Tenía credibilidad, había sido honesto y repartió los frutos del repunte económico, elevando la calidad de vida. Se produjo así un incremento de la población que aumentó notablemente el peso electoral del distrito capital. Pero este flujo de gente fue habilmente dosificado por las dificultades que se ponían para la radicación en la ciudad y el costo de vida alto para el resto de los habitantes del país. El estado perdió así una onerosa responsabilidad, que incumbía un gran bolsón de pobreza perisférica; un electorado hostil; una granclase media preparada y exigente y los problemas directos de quince millones de almas, casi la mitad del total nacional.
Corradi meditaba y temía que el incidente en el parque fuese premeditado para empañar su campaña a horas del lanzamiento. Su ascenso en la pirámide de poder podía verse comprometido por el suceso más nímio. No había manchas en su carrera; reservaba su codicia y ambición para cuando estuviera en la cúspide, de aquí a dos o tres años. Era un perfecto megalómano y solo tenía treinta y siete años.
Mientras atravesaba el parque que circundaba la casona, deseó realmente que lo del centro de diversiones fuese una boludez.
Continuará...
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