lunes, mayo 01, 2006

Megalópolis: el nido (novela atroz por entregas) Parte V



V

Levenssen estaba fascinado.
- Parece la meseta tibetana – dijo a Kurt Echternach
- Sí, parece roca erosionada – asintó el alemán – al tacto me hace pensar en la piedra desnuda de las cimas – comentó acuclillado palpando la superficie del suelo y sabía de que hablaba, pues había sido un gran montañista.
- ¿ Cómo arreglamos esto Tomás ? – preguntó a Levenssen el ingeniero de mantenimiento, un joven alto y atlético apellidado Abadi.
- Mirá; los agrónomos me dijeron que como un paliativo van a tirar una carpeta de tierra negra y resaca, arriba panes de gramilla y cesped inglés. Dicen que en cuarenta y ocho horas parquizan de vuelta.
Estaban parados frente a la pista de autos chocadores y se acodaron en la valla de acceso.
- Necesito un chequeo listo para la medianoche a más tardar
Kurt meneó la cabeza
- Tomás, tengo nada más que veinte hombres y no quieren que incorpore al siguiente relevo...
- Tenés treinta tipos, viejo germano amigo – interrumpió Abadi
- Sí, pero tengo que poner a diez a manejar los camiones que nos dieron los del Cinturón Ecológico para sacar toda esta mierda – señaló los montones de cenizas – Azcuénaga no quiere que nos manden los choferes – agregó fastidiado.
- Alemán, no te voy a exigir nada ni a hinchar las bolas; pero por favor, manejándote como mejor te parezca decime esta noche qué se va a poder habilitar y qué no el sábado –
Levenssen hizo un gesto abarcativo con la mano – hay que darle a esto una lavada de cara.
- Si jefe – el viejo resopló y se fue
- Che Tomás, mirá – Abadi señalaba un grupo de trabajadores que se hallaba cerca de la base de la torre; eran varios y parecían alborotados.
Los dos hombres caminaron los cincuenta o sesenta metros que los separaban de aquel grupo. Kurt, también advertido, fue tras ellos.
- ¿Qué pasa Ubaldo? – preguntó el alemán al técnico más próximo
- ¡ Venga ! ¡ Mire ! – caminaron con paso rápido hasta un sitio detrás de la torre, rodeando uno de los basamentos de granito para los gigantescos cables de anclaje. Había en ese punto más operarios que con cenizas casi hasta las rodillas, miraban algo en el suelo.
- ¡ Vengan a ver !
Entre el basamento y el predio posterior a la torre, donde se estaba ensamblando la que sería la cuarta montaña rusa del parque, se abría sobre la extraña superficie rocosa del suelo, una terrible grieta.
- Cuidado Tomás – advirtió el alemán cuando llegó el ingeniero.
- ¿ Qué carajo ? ¿ Qué... ?
- ¡ Casi se cae Gutiérrez ! – le dijo Ubaldo muy excitado
Levenssen miró donde señalaba el técnico. Sentado en el piso al lado de un compañero y con el rostro blanco como un papel, se encontraba un muchacho del equipo como de unos veinte años. Se acercó
- ¿ Estás bien ?
- Si señor, gracias
- ¿ Te lastimaste ?
- No, venía paleando cenizas, estaba alta ahí, casi al muslo ¿vió? Y de golpe – el muchacho temblaba – Me iba señor... casi me voy.
- Bueno, quedate tranquilo – miró a Ubaldo y dijo – Dale un café bien cargado y que descanse un poco – luego le habló de nuevo al chico - Después a seguir ¿eh? – se volvió para apartarse y Gutiérrez lo tomó del pantalón
- Ingeniero – balbuceó – No me va a creer, pero sentí que me quizo tragar.
Levenssen se miró con Kurt, ahora a su lado.
- ¡ Le juro ! – insistió el chico – Subió como un viento, como un viento caliente con olor a podrido – hablaba con la voz cargada de angustia – me tambaleé ... era, ... era como caerme en una boca sin fondo ... asquerosa
- Está bien, ok. – pese al frío, el muchacho estaba transpirando – ahora quedate piola y descansá – le hizo un gesto a Kurt – Releválo, que pase por la enfermería y le den algo para que este más tranquilo; no se, un Valium, algo. – ayudó a Gutiérrez a incorporarse
- Después andate al despacho de Kurt y te apoliyas un rato
- Si ingeniero, gracias
El viejo se llevó al muchacho y Levenssen volvió al borde de la grieta.
Los hombres habían terminado de palear y despejaron completamente el suelo de ceni-zas que fueron colocadas en volquetes para basura.
Aquella hendidura era impresionante. Tenía unos diez metros de anchura máxima y unos treinta o treinta y cinco de longitud. Lo que era realmente espeluznante era la forma y la profundidad de la escición que el terreno tenía. Parecía una terrible herida cortante en el suelo rocoso, elevada ligeramente en los bordes semejando rugosos labios y a juzgar por el aspecto de las paredes acantiladas en su interior, que daban la sensación de poder ensamblarse; resultaba evidente que la grieta se originó por una terrible tracción orográfica. Daba la impresión que algo se había abierto paso, apartando brutalmente las masas graníticas.
Los hombres se habían dividido ahora a uno y otro lado, asomándose con cuidado a aquel negro abismo.
- ¿ Ven algo?
- ¡ Necesitamos máscaras! – gritó Abadi al otro lado de la grieta
Efectivamente, gases y bahos emanaban lentamente del interior. El olor a sulfhídrico era insoportable. Un operario arrojó una piedra de tamaño considerable
- ¡¡ CAJ !! ¡¡CAJ!! ¡CAJ! .. ¡CAJ! ... ¡caj! ... ¡caj! ..... ¡caj! ..... caj ... – no se apreciaba un impacto.
- La puta que es profundo – dijo el hombre
De pronto todos se miraron entre sí; uno se arrodilló, las manos de todos buscaron apoyo ... mareo generalizado. En segundos la sensación cesó. Volvierón a mirarse
- ¡Un temblor! – Levenssen fue el primero en reaccionar – Eso es, fue un temblor – todos lo miraban con atención
- ¡Vamos! ¡ Luis! ¡Kurt! – se encaminó hacia las oficinas pero se detuvo un instante, lo pensó mejor y fue hasta un poste con una pequeña caja con llave. Sacó la que correspondía del bolsillo superior de su chaqueta, abrió la caja y tomó el auricular de un intercomunicador
- Hola, ¿Gúzman?, sí yo, necesito un teléfono celular y los números de la Facultad de Exactas – escuchó – sí, sí, es más, comunicame vos desde ahí con alguien de la estación sismológica y mandame el aparato – esperó la respuesta – ok, te espero, estoy en el sector azul
Se volvió hacia Kurt y Abadi, junto con ellos regresó hacia la grieta.
- Ahora me explico todo ... claro ...
Abadi le señaló algo – Che Tomás ¿ qué hacen esos ?
El joven había reparado en el agrimensor del equipo de diseño del parque, que junto con el ingeniero de operaciones, alineaban un teodolito y un telémetro. Se acercaron y el ingeniero le dijo a Abadi
- No quiero alarmarlos, estoy esperando que me confirme algo Juan, pero ... ¿ cuánto tardás? – le preguntó al agrimensor
- Dame cinco minutos – pidió el otro – Hola Levenssen, ¿cómo anda?
- Cómo le va, ¿ me podrían decir que verifican?
- No funcionan los ascensores de la torre – explicó el joven ingeniero – el sur está en el nivel uno y el norte está abajo. Por la posición de la plataforma de acceso a las puertas de la base, pensamos que se elevó el nivel del terreno o se hundió la torre
- ¿ Comó es eso ? – preguntó Abadi
- Si te fijás, vas a notar que las puertas están hundidas hasta cinco o seis centímetros en el suelo - aclaró – El problema es que necesitamos subir para revisar toda la estructura. Los electricistas verificaron la instalación y el cableado tiene continuidad; los conductores no están quemados y hasta escuchamos el acople de los mecanismos. Sin embargo – ahora se mostraba amargado – las puertas amagan cerrarse, se activa el sistema de seguridad, se detienen, las abre y prende la señal de alarma técnica. No había lógica pues mecanismos e instalación estaban bien, entonces presumí ...
- No presumas más, estás en lo cierto – dijo el agrimensor levantando la vista de sus instrumentos.
- ¿ Qué pasa ? – dijo Levenssen
- Está inclinada
- ¿ Qué ?
- Estoy tirando ángulos con el teodolito y calculando con un telémetro estroboscópico láser, son muy exactos – declaró el agrimensor.
- Pero no parece – repuso Levenssen y dio un paso atrás observando la mole con más atención - ¿o sí?
- Seguro – afirmó el otro – está inclinada seis grados, seis minutos y seis segundos con respecto a su eje vertical y se ha hundido en el terreno secenta y seis centímetros con seis milímetros. ¿ Qué cifra asombrosa no?
- Si y ahora noto algo
- No lo dude Levenssen, si se distancia de la base un centenar de metros más lo va a apreciar mejor.
- ¿ Se puede desplomar? – inquirió Luis
- Ahí si que cagamos – dijo Levenssen
- No, no creo – respondió el agrimensor – sobre doscientos setenta metros de altura es una inclinación relativamente sutil.
-Sí, es cierto, recién ahora aprecio algo – comentó Abadi mirando la torre con atención.
El ingeniero en jefe reflexionó unos segundos
- Vamos a ver los planos en la oficina técnica – dijo finalmente
En el camino los interceptó Gúzman que traía un teléfono celular
- El jefe de la estación sismológica, ingeniero
Levenssen tomó el aparato sin dejar de caminar, seguido por los otros.
- Buenos días, estoy a cargo de Técnica y Mantenimiento en Metropolilandia – precisó - tengo aquí un serio problema y creo que ustedes nos podrían dar una mano – escuchó un instante – sí, exactamente con eso creo que tiene que ver; tenemos una grieta profunda en el terreno, gases tóxicos o probablemente tóxicos, movimiento de suelo, cierto tipo de cenizas ... todo un verdadero quilombo – escuchó otra vez – Sí afirmativo, obvio, voy a estar acá. Sí, sí – repitió – Bueno, ok, los espero – miró su reloj – son las cinco y media – aguardó un instante – Ajá, bueno, sí, para esa hora tengo todo, hasta luego – tendió el teléfono a Gúzman – Avisále a Azcuénaga que venga a Operaciones.

Veinte minutos más tarde la oficina de operaciones estaba abarrotada.
Los tres ingenieros, el agrimensor y sus asistentes, el administrador, los capataces y jefes de turno gesticulaban y hablaban exitadamente. Había sido convocado también uno de los proyectistas del consorcio.
Se desplegaron nuevos planos que representaban secciones y cortes de la torre.
- Todo tiene un poco más de sentido – comentó Azcuénaga
- Los de la facultad pueden descular esto – afirmó Abadi – es evidente que los sucesos están relacionados – esto último sonó más a un anhelo que a una certeza.
- ¿ Se sabe algo de las autopsias Carlos ?
- Guillermo fue para allá; le dije que me llame ni bien sepa algo
- Préstenme atención por favor – pidió el ingeniero jefe con los puños apoyados sobre la mesa de trabajo – No sé realmente qué es lo que ocurrió acá. Estamos frente a algunos hechos realmente inconcebibles o al menos sin lógica alguna; yo tengo otra idea de lo que es un terremoto, no tenemos noticia de ningún otro incidente en la ciudad, ni aún en las cercanías ...
- ¿Cómo murieron esos hombres? – preguntó el proyectista recién llegado que todavía no asimilaba bien los acontecimientos.
- No sé. O la policía no nos informó todo o ... – meneó la cabeza – o peor aún, lo que me alrma es que despúes del shock inicial por lo general se deduce rapidamente qué sucedió y acá no encontramos la punta del ovillo, son todas comprobaciones inconexas; las cenizas, el suelo, la vegetación, los cuerpos ...
-¿ Para qué llamaste entonces a los tipos de la universidad ? – Abadi no se había percatado de la inseguridad de su jefe.
- Una corazonada Luis, nada más. De todas maneras es la única explicación razonable
- Creo que debemos concentrarnos en nuestro problema que es poner a funcionar este circo para el sábado – con sus palabras Azcuénaga distendió a los técnicos, que en lo suyo tenían menos dudas pero no menos problemas.
- Sí - reconoció Levenssen – hay un asunto puntual aparte
- ¿ La torre ? – aventuró el administrador
- Exacto, ¿ ya sabés ?
- Sí, me estaba contando Luis. Todavía no lo puse al corriente a Corradi
- Ni lo hagas por el momento – miró a los capataces y al agrimensor
- Quiero que hagan un relevamiento del terreno en derredor del hexágono de concreto que envuelve los cimientos – se refería al alma de la estructura de la torre – verifiquen el estado de los tensores y niveladores, ah y los basamentos de éstos también.
Kurt se ponía ya en camino
- Algo más
- ¿ Qué jefe ?
- Comprueben la consistencia del terreno alrededor, hasta veinte metros de profundidad
- Ok Tomás – salieron tras él todos los demás hombres de mantenimiento.
- Vamos a tratar de enderezarla – anunció Levenssen a los que permanecían en la sala.
- ¿ Cómo ?
- La torre es escencialmente una gigantesca viga de acero que sostiene ambas plataformas; niveles uno y dos y el observatorio. Esta sirve de guía a los ascensores y a ella se adosa la celosía que sostiene todo el armazón de duraluminio exterior.
- Es cierto - dijo el proyectista comprendiendo la intensión – existe la posibilidad de variar la tracción de los flejes niveladores, me refiero a los cables – aclaró – De esta forma, se podría intentar acercarla a su eje hasta conseguir hacer funcionar los ascensores.
Obviamente esto depende del suelo también, con los materiales no hay problema.
Un rumor recorrió la oficina.
- Gracias, lo ha presentado más sencillo de lo que yo hubiese podido hacerlo – reconoció el ingeniero
- Por supuesto, mientras trabajamos traccionando y nivelando la estructura, tenemos que controlar continuamente las solicitaciones a que estamos sometiéndola
- Pues mientras no podamos subir para medir la oscilación y trazar diagramas de flexión y corte o tomar momentos con respecto a los puntos críticos, vas a tener que trabajar con la calculadora y la computadora unicamente – le reflexionó mordazmente Abadi y el proyectista asintió
- Vamos a tener que correr el riesgo – sentenció Levenssen – señores, a trabajar
Cuando salían el administrador lo tomo del brazo.
- Tomás, te pido ... – hizo una pausa mirándolo suplicante – ya tenemos flor de despelote
- No voy a hacer nada sin estar consciente de los márgenes de seguridad – lo tranquilizó el especialista – me voy a movilizar a la gente
- Está bien, yo me quedo en la oficina por si llama Guillermo o Corradi
- Ah, se me olvidaba; la gente de policía estuvo realizando una serie de fotogrfías aéreas desde sus helicópteros; por qué no te pones en contacto con ellos a ver si nos facilitan las copias. Nos van a ser de gran utilidad para poder determinar con exactitud la desviación del eje de la torre.
- Ok, yo los llamo por intermedio de Duronea.¿Vas a necesitar otro aparato?
- Mirá, si no hacemos funcionar los ascensores al enderezarla voy a tener que poner dos tipos ahí arriba; no hoy que nos va a agarrar la noche, lo intentaríamos por la mañana – se frotó la cara con ambas manos – quiero escuchar la opinión de los bochos estos que vienen de la universidad.
- Ni bien lleguen te los mando, andá tranquilo.
Azcuénaga, desde el ventanal de su oficina, lo vió internarse nuevamente hacia el corazón del parque colocándose el casco amarillo. Confiaba en aquel hombre, pero sentía que todavía los acontecimientos los manejaban a ellos y no podían hacerse cargo de una situación cuando ésta ya se modificaba porque aparecían nuevos elementos. No podía terminar de asumir todo lo que ocurría y a través de los cristales miraba su parque como si de una proyección en un gigantesco telón se tratara. En una mentalidad tranquila y reacia a los cambios no cabían con facilidad tantas imágenes de excitación, confusión y cosas tan fuera de lugar.
A lo lejos, ya habían encendido potentes reflectores enmarcando el área de trabajo. Había comenzado a anochecer y el suministro de corriente estaba cortado desde hacía un buen rato, pues se enfundaban con cuidado los principales conductores que se habían quemado como si de fusibles ordinarios se trataran y ya estaban reparados. Las sombras ganaban altura en la gigantesca torre.
- Espero que conecten aunque sea el balizamiento de emergencia – pensó para sí Azcuénaga. El parque estaba justo bajo la trayectoria de uno de los corredores aéreos de aproximación al aeropuerto internacional de la capital, de intenso tráfico.
- Tengo que conseguir una linterna – se dijo, y caminó hacia su despacho.
Continuará...

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