miércoles, julio 12, 2006

Crónicas insólitas I (Ciudad Voraz)

Nuestra nueva sección reedita un anecdotario trágico de situaciones casi de ficción (a veces hasta el absurdo), que sellaron el destino de desprevenidos habitantes de la ciudad de la furia, que no sabían que la luz de aquella mañana era la luz de su último día.



La Locomotora que rebasó el vaso

Corría la primera semana de septiembre de 1991 y la sentencia de muerte para Ferrocarriles Argentinos estaba firmada: "ramal que para, ramal que cierra", había sentenciado el Turco depredador, que ya había eliminado la mayoría de los servicios de larga distancia y se disponía a rifar los mejores corredores de carga del país y a otorgar las concesiones más "convenientes" imaginables, para que sus amigos empresarios se hicieran cargo del negocio del inmenso tránsito suburbano del Gran Buenos Aires.

Toda esta movida fue posible dada la degradación que los servicios habían sufrido, y el nivel de consenso que, entre el común de los mortales de este país, había tomado la idea que era imposible que ninguna empresa fuera administrada por un estado que, por idiosincracia nacional, era necesariamente corrupto e ineficiente. Eran los tiempos en que los ramales perdían 1 millón de dólares por día; que pagar boleto era una gilada en deshuso; que a los guardas los tiraban por el furgón del fondo; que los abogados de FFAA patrocinaban a través de socios, millonarios juicios de boludos impiadosamente pisados por pasar con barrera baja, pleitos donde curiosamente la culpa terminaba teniéndola el "pata de fierro", y la empresa garpaba enormes sumas de guita de la cual le tiraban algunas migajas a los patrocinados y se morfaban el resto, en fin...

Cuesta poco imaginarse entonces cuál era el nivel de mantenimiento que tenía el material rodante.
En este contexto, en la mañana de la semana del dos de septiembre, una formación del hoy "Belgrano Norte" -cuando todavía no lo explotaba Ferrovías y corrían los últimos trenes a Bolivia, vía Jujuy (locomotora amarilla y roja, vagones marrones)- ingresó por las vías de trocha angosta en el tramo final de su recorrido Boulogne - Retiro (por entonces solo una de cuatro formaciones llegaba a Villa Rosa, pues no había nucleos urbanos tan densos como ahora), o sea salió de la estación Saldías (o más bien la rebasó, pues no solía detenerse allí muchas veces) para entrar en la playa terminal de la cabecera de Retiro. El convoy de siete vagones cargados de laburantes, era tirado por la máquina General Motors n° 7781 igualita a esta de acá abajo

y para sorpresa del maquinista, cuando quiso comenzar la rutina de frenado de acuerdo a las señales (de agujas y banderas muchas de ellas por entonces), la bestia de más de 25 toneladas se negó a frenar. Usando todos los recursos de los frenos de emergencia, no pudo evitar que la formación ingresara en el andén a no menos de 30 Km/hora; sin poder avisarle al guarda (la comunicación era visual -pito y pañuelos-) para prevenir al pasaje y, aunque usó la radio HT para comunicarse con la torre de maniobras, no hubo tiempo de avisar a los desprevenidos que aguardaban en la estación...
La mole de acero, con una inercia monstruosa, arrancó de cuajo los frenos de emergencia de punta de riel (brutos brazos hidráulicos agarrados al balasto del piso de terraplén y andén); arrasó las rejas de los portones de acceso a los andenes e ingresó al hall central de Retiro tirando abajo la pared centenaria donde se hallaba el tablero central de anuncios de partidas, destruyendo locales a su paso y deteniéndose a escasos metros de la pared que separa la estación del acceso para taxis ya sobre la calle. Eran las 07:35.
Como si en cámara lenta se hubiese producido la tragedia, los numerosos pasajeros, vendedores y transeúntes huyeron de la avalancha de acero y escombros y, milagrosamente, el desastre solo se saldó con la cifra de un muerto y ocho heridos, dos de ellos graves.
El pasaje y cientos de curiosos se arremolinaron en la escena. El occiso era el vendedor de la panchería que, bajo el gran tablero de salidas, de espalda a la pared que derrumbó la locomotora, no tuvo tiempo para nada: el puestito y el laburante terminaron laminados por la mole sin control, una mañana más, como otra cualquiera...
Hay una foto de archivo de Crónica y otra del extinto pasquín Esto, donde se ve cómo quedó el estropicio; pero por el mal gusto preferimos subir estas para que se compongan el lugar y las circunstancias.
Este ramal daría que hablar en el atardecer de un día de laburo, un par de años después; cuando luego de salir de capital, el tren no se detuvo en Aristóbulo del Valle (bajo Av. Cabildo Provincia), ni en las estaciones sucesivas. Frenado el bólido -con los pasajeros con el culo a siete manos- pasando Carapachay, se comprobó que el alegre motorman se había clavado varias grapas de más y embicaba para los pagos del Gomera sin intención de detenerse...

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