Conocí a Arlt a los 14. Sí, una osada maestra de Castellano se animó a instigar a una pandilla de cultores del mameluco y los fierros de un industrial a representar La isla desierta. Por algún extraño sino, me tocó en suerte el papel del negro Cipriano (aunque no soy Brad Pitt, había otros candidatos a los que se les había quemado el moisés; pero ya demostró el Dr. Alberto Castillo que para bailar y cantar el candombe no hace falta ser de ningún color), aquel maestranza mulato que afiebró las mentes alienadas de los que se animaron a volar por los ventanales hacia el río, los buques y sus sueños de libertad.
Debo reconocer que sin noción de nuestro histrionismo o dotes actorales y, para hallarnos en un ámbito más cercano a Tiempos Modernos de Chaplin que al de La Tregua de Renán, los personajes se nos colaron en la piel y la representación fue un éxito. Nunca más actué. Sin embargo, la batalla de aquel mulato por buscar esas fisuras en el sistema que nos permitan disputar la libertad, aquellas de las que habló Michael De Certeau, siguieron aguzándome el alma inquieta siempre atenta para huir de las garras de la ciudad de la furia...
Desde entonces, cada tanto, me acerqué a las dársenas, me acodé en la terraza de aeroparque, o corrí con la vista las luces de micros y camiones que abandonan la ciudad. Sigo buscando mi lugar mientras la ciudad en su telaraña de mundos simulados me distrae cotidianamente. Para no olvidar que el horizonte quiebra al cemento, cuando paso cierto tiempo sin viajar me acerco a cualquier andén, casi siempre al atardecer; no importa de dónde venga, no importa a donde tenga que ir: importa hacia dónde me transportan las cintas de metal, a qué rincón huyen mi melancolía y mis sueños, colgados del último vagón...
Sentado en la vieja estación de estilo inglés me embriaga el aroma de los eucaliptus. Aguardo en un silencio que no quiebran ni las aves en su reposo. Suenan las barreras y distante se acerca ese tren de foco potente, que se detendrá unos minutos en las mismas vías por donde corrió el último El Libertador, que nos llevó a la hermosa tierra cuyana allá por febrero del '91. Nimio lapso de quietud; un silbato; una sirena que gime profundamente desde lo mas bajo; sordos ruidos de tirones de cadenas, de fatigas de durmientes y compases de metal... cla clan, cla clan... cla clan, cla clan. La formación acelera y se aleja de la grava del andén; el Cipriano que aún vive en mí suelta sus sueños y los despide con una sonrisa hasta que cansado se incorpora y camina en espera de los nuevos sueños, esos que partirán tal vez mañana, esos que le permiten seguir viviendo...
4 comentarios:
Boludo, me querés hacer llorar? Encima yo trabajo en Puerto Madero etiquetada con una tarjeta de plástico!
Si no fuera porque no veo el puente, apuesto a que Ud. ventila sus añoranzas por la estación Villa del parque. Arlt tenía una extraña relación amor odio con la ciudad.
Yo que vos tengo cuidado. Si tu hábito es una metáfora y tus sueños partes a diario en una de esas se te está yendo el tren de la vida. No es verdad que pasa solo una vez, pero acordate: ramal que cierra, ramal que para.
Zebrilla: me intriga ubicarla en la grilla de la docta ¿cuál es el carguero que acarrea con su inmensa imaginación? ¿De dónde viene, a dónde va? Tómelo literal y metafóricamente.
Lo de la planta acuática es muy fuerte, yo creí que con mi metro sesenta y ocho haciendo de granadero en el Zorrilla de San Martín del Cerro había quebrado los límites, me rindo ante su osadía.
Paulis: aunque parezca un lugar tan común y remanido: "Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio" Llorar a veces hace bien, se lo dice uno al que le cuesta mucho el lagrimón porque se me secó un poco la sensibilidad y se me marchitaron algunas esperanzas.
Devoto Fer, es Devoto; le chingaste por una. Igual si fuera Villa del Parque, el puente estaría atrás del foco.
Y sí, lo de Arlt era tan afiebrado como fértil su talento.
Che Ernesto ¿no querés ser mi amigo? Porque enemigos ya tengo... No, bromas a parte, lo que decís no me suena a mala leche, es una verdad; ocurre que como cuando éramos pibes ¿en qué momento te animás para correr, colgarte y colarte en una ilusión? Yo le tengo temor a la vía del otro lado del andén, de esa que bajás con la frente marchita. Pero sigo esperando mi tren.
Mi afecto a todos
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