jueves, mayo 18, 2006

Megalópolis: el nido (novela atroz por entregas) Parte IX


IX

El azorado semicírculo de hombres en torno a los restos de Gutiérrez fue gritos, gestos y confusión, después un silencio casi de estupor que quebró un alarido furibundo.
- MATEN A ESE HIJO DE PUTA!!! – Ubaldo gritaba arrodillado tomándose la cabeza. Un policía vomitaba al ver las vísceras azulnegruzcas de la víctima, desparramadas por el piso.
Aguirre corrió hacia el hombre que tenía el equipo de comunicaciones.
- Aquí Grupo Gris, comando conteste por favor; fuera
Científicos y operarios se asomaban con temor por detrás de los vehículos, con muecas de espanto pero sin terminar de advertir qué había ocurrido.
- Comando conteste, aquí Grupo Gris
Aguirre presionó el auricular sobre su oído que sintió ardiendo por al adrenalina.
-Sí, sí, con Duronea - aclaró cuando tuvo respuesta y aguardó un instante
- Señor... Sí, muy graves,sí - escuchó otra vez al interlocutor
- Lo que necesito es un helicóptero artillado - asentía con la cabeza - comprendo, sí, espero; cambio y fuera - levantó la vista y buscó al ingeniero jefe
- Levenssen, ya está en camino el cuerpo médico - precisó al aludido - Por favor, vualvan todos tras los vehículos que lo vamos a bajar por las malas - mientras decía esto miró como se retiraba el helicóptero Gazelle que estaba balizando de retorno a su base, para liberar el espacio aéreo de maniobra de la máquina de ataque solicitada.
Las luces de dos ambulancias se reflejaron en los semblantes preocupados; ingresaron al predio y circunvalaron la rotonda de las fuentes de aguas danzantes hasta detenerse. Rápidamente subieron a los operarios heridos en una de ellas y una bolsa con los restos del electricista en la otra. Los uniformados se movían con rapidez: tan pronto como cerraron los portones laterales y traseros, las ambulancias partieron ululantes.
- Señor, el apoyo aéreo - el que portaba la radio se colocó junto a Aguirre y le acercó el micrófono
- Capitán Aguirre del Comando Táctico Gris, ¿me copia? - el oficial levantó la vista al acercarse a ellos la aeronave, con una turbina más estruendosa que la del Gazelle
- Lo tomo fuerte y claro, fuera - respondió el piloto
El aparato, un Agusta 109 de ataque, evolucionó hasta quedar suspendido en estacionario a unos ochenta metros por sobre sus cabezas, enfrentando al nivel principal de la torre. Eran la una y veinte de la madrugada.
- Necesito que descienda para que aborden dos de mis hombres, fuera
- Comprendido, fuera
El helicóptero giró volcándose sobre su izquierda y luego de describir un cerrado círculo retrocediendo, fue a posarse en un sitio despejado tras la posición de los vehículos policiales.
Amontonados en dos o tres grupos y tapándose las caras por el viento cargado de piedrecillas de grava que arremolinaba la nave, estaban entre sus hombres Levenssen, Abadi, Akanabe, Kurt... eran meros espectadores desconcertados.
- Tengo que hablar con Azcuénaga - le comentó Levenssen a Abadi
- Sí, además hay que evacuar a Ubaldo - Levenssen asintió y ambos miraron al técnico tiritando bajo una gruesa campera, evidentemente presa de un terrible shock; Kurt y el agrimensor lo tenían abrazado por los hombros uno a cada lado.
Ambas mujeres del equipo Akanabe, estaban convenientemente alojadas en el interior de uno de los blindados.
Aguirre y dos hombres de su grupo de asalto corrieron, cabezas gachas, para abordar el helicóptero; mientras se hacía más penetrante el olor a combustible jet de la turbina del aparato, que evidentemente había repostado antes de salir hacia allí.
El Capitán se acercó a la portezuela delantera y saludó a los pilotos que corrieron una ventanilla
- ¡Los quiero en el techo del observatorio! - gritó por sobre el estrépito del motor
Sus hombres treparon por la puerta lateral corrediza después de arrojar dos bolsones con pertrechos en el interior.
Aguirre golpeó dos veces con la palma de la mano el plexiglass de la cabina de mando. El piloto, que parecía un extraño insecto con el visor infrarrojo y de luz residual montados sobre el casco, levantó un pulgar.
Aguirre retrocedió corriendo y el aparato mostró la relampagueante luz de posición de su panza mientras se elevaba después de inclinar su morro hacia abajo. El policía llegó corriendo hasta la ubicación de los ingenieros y le dijo a Abadi
- Prepare equipo para cortar metal, sopletes, cizallas y todo eso...
- Pero... acuérdese que... - el capitán lo interrumpió poniendo una mano en su hombro
- Luis ¿no?
- Sí
- Luis, las cosas están muy complicadas, ya vas a tener tiempo para reparar tus cables - palmeó al ingeniero
- Capitán! - Lo llamó su segundo desde el puesto de mando de uno de los vehículos
- Sí, voy! - dedicó una mirada amistosa a Abadi y se incorporó

El piloto guió al helicóptero en un amplio círculo ascendente, observando atentamente las antenas de la torre y la plataforma que formaba el techo del observatorio donde debía depositar a la gente de Aguirre. Al no haber viento significativo, no le resultó difícil poner en posición a la aeronave. Los hombres del Comando Gris ya se habían colocado la impedimenta y los arneses.
- Preparados - avisó el copiloto por el intercomunicador
Mecánicamente, sin palabras mediante, los policías destrabaron la portezuela y la corrieron lateralmente; se sentaron entonces con las piernas en el vacío y arrojaron los dos bolsones sobre el techo del observatorio, diez metros más abajo y a casi trescientos de altura desde el suelo.
- Ahora, abajo! - urgió la voz del aviador
Pasaron las sogas de rappel por los ganchos de la corredera que había sobre el marco de la portezuela y se descolgaron hacia la negrura, tratando de no cegarse con los reflectores de allá abajo. Cayeron pesadamente y, liberados de la encordadura, hicieron una seña: la máquina se retiró llevándose su estrépito.
Agachados, abrieron los bolsos y armaron rápidamente dos subfusiles de asalto con visor láser, se colocaron cascos con cámaras de video y laringófonos. Sortearon algunas vigas de la estructura del techo y llegaron a la puerta-escotilla que se usaba para inspeccionar la instalación de antenas de la torre; la abrieron con manos enguantadas y bajaron hacia los peldaños que conducían al interior del observatorio.
-¿Qué mierda huele así?
Al franquear la puerta, se encontraron con ciertas emanaciones gaseosas que asociaron al gas lacrimógeno que ellos mismos habían utilizado, pero había algo más en el aire...
Se colocaron máscaras mientras descendían por una escalera metálica en caracol y de pronto se encontraron en un rincón del observatorio de la torre, que permanecía totalmente a oscuras.
- ¿Por dónde?- preguntó el hombre más bajo
Antes que su compañero hiciese gesto alguno, una luz roja quebró la negrura y puso en evidencia la puerta de uno de los elevadores.
- Está subiendo
Uno de ellos sacó de su cinto una granada de aturdimiento y se colocó junto a la puerta, mientras el compañero, parapetado tras un atril de metal donde había un mapa orientador de las vistas de cada ventanal, lo cubría con su arma automática mientras se comunicaba.
- Búho, soy Gavilán 1
- ¿Qué pasa? - preguntó Aguirre
- Sube al nido, fuera
El hombre sintió el sudor de la mano sobre el metal del arma. Aguardaron ambos hasta que con un ¡clung! metálico, se detuvo el acople del motor y el ascensor abrió sus puertas.
Miraron... miraron y no creyeron. Miraron y fueron vistos.
Eso los miró, apoyadas las... manos? en el marco de la puerta. Gritaron y el terror los llevó a retroceder de esa abertura. Pero solo podían girar en ese hexágono de unos pocos metros, que formaban los lados del observatorio. Se defecaron y el hedor se mezcló con el hedor del miedo sin fondo... espanto y asombro. Trastabillaron y cayeron agitando sus brazos sobre las cabezas y los rostros, congestionados de horror y desesperación.
Perdido todo raciocinio humano, no atinaron siquiera a defenderse: e tres zancadas fueron atrapados, muertos y destrozados. Esos cuerpos, despojados de arnés y correaje, con sus propias cuerdas atadas a los testículos marchitos que afloraban de los destrozados pantalones de fajina, fueron arrojados al vacío por uno de los ventanales que iluminaba uno de los reflectores de campo y, tras un bestial tirón al final de la caída libre, quedaron suspendidos como grotescos espantapájaros quebrados al medio, cuarenta metros más abajo.
Aguirre y el grupo al pie de la torre, no tuvieron tiempo ni para el estupor: inopinadamente, el piloto del helicóptero enfrentó con la nave al observatorio y, cegado de ira, le lanzó dos cohetes antitanque que desintegraron en un diluvio de chispas blancas la parte superior de la torre. Luego todo fue como en cámara lenta...
Con los escombros de metal y vidrio, saltó, furtivamente, una extraña masa ígnea... un suave resplandor le confería luz propia. Esta masa ardiente golpeó contra el helicóptero, estacionario a 30 metros en la horizontal de los impactos y lo derribó como si de un gigantesco insecto se tratara antes de caer también.
Los hombre huyeron en todas direcciones ante la catarata de metal y fuego que caía y, al llegar la forma ígnea al suelo, la tierra tembló.
Sin relación con la caída de los escombros ni de la aeronave, se produjo una atronadora explosión como si miles de toneladas de explosivos volaran la ladera de un cerro. Una nube de polvo, piedra y restos de materiales de todo tipo se expandió en un círculo perfecto y del centro se elevó una columna de tierra y cristales de roca, mientras el suelo “zapateaba” y lo derribaba todo. un viento caliente y huracanado empujó todo a su paso en un radio de quinientos a setecientos metros y de pronto, todo cesó.
La negrura de la columna de sólidos en suspensión se enseñoreó por sobre el opaco firmamento de esa noche sin luna. El silencio ciego y oprimente, solo se quebró por una paulatina lluvia de detritos que caía sin pausa sobre el parque en sombras.


Continuara...

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