martes, julio 18, 2006

Megalópolis: el nido (Novela atroz por entregas) Parte XIII

XIII

- Hay gente tras el vehículo volcado del Grupo Gris -el copiloto del helicóptero señaló con su mano enguantada hacia abajo, a medida que circunvolaban el parque en forma descendente
- Los veo -dijo su comandante y pulsó el radio- Comando, ¿Me escucha?
- Adelante, sale fuerte y claro
- Pequeño grupo de supervivientes, voy a tratar de evacuarlos -anunció el piloto
- Espere, ¿Me copia? - Duronea había tomado el aparato- ¡¿Me copia!? -bramó
Hubo treinta segundos de silencio y volvió a hablar el de la nave
- Sí, pero sea breve; no puedo mantenerme bien en posición por fuerte viento cruzado y variable
- ¡Qué viento!¡Si no se mueve una hoja! - el comisario estaba cada vez más irritado
- Oiga, yo no hablo pavad...
Duronea reaccionó en segundos a la nueva situación
- No aterrice, ¡No toque el piso!; Use el torno, baje una camilla o silleta, un arnés o algo así... le doy cinco minutos ¿Entiende?
- Comisario, el problema es que...
- ¡¿Entiende?!
- Procedo según comando, fuera
- Cambio y fuera
Los demás oficiales miraban a Duronea atónitos. Caminó hacia el auto. Robacio fue tras él.
- No me diga nada: no quiero perder un solo hombre más ¿Cuántos van? ¿Cincuenta? ¿Cien?
-Ok Jefe, tranquilo
Llegó al auto. Inclinándose por la ventanilla abierta tomó el micrófono de la radio del móvil.
- Central, ¿me copia?, soy 1114
- Lo tomo 1114
- Habla Duronea, quiero en una frecuencia privada al Comisario General Zelada
- Deme un par de minutos señor
- Dígale que es de la mayor urgencia

- No vamos a poder -dijo el piloto y pulsó la mano nuevamente - Comando, ¿Me toma?
- Adelante
- Son cinco o seis; veo por lo menos a uno gravemente herido. Hace falta un Bell sanitario, un paramédico; no tenemos ni mecánico a bordo, ni elementos para subirlos sin aterrizar
- Está claro. Tome cota trescientos pies y espere medio de evacuación para actuar de apoyo y cobertura
- Ok; les voy a hablar antes de elevarme para tranquilizarlos -dijo refiriéndose a los supervivientes y pulsó un botón sobre el panel, mientras con la otra mano sostenía el vacilante bastón de mando, muy difícil de dominar por la gran turbulencia


Al principio, Abadi y el conductor no escuchaban bien; luego metálica y más clara llegó la voz desde el altoparlante del helicóptero estacionario a unos veinte metros de altura.
- ¡No tengo capacidad para evacuar!¡Nos quedaremos de apoyo!¡Agrúpense en el blindado a resguardo!¡Hay una nave de evacuación en camino!
Se reunieron los cinco en el interior del vehículo mientras la aeronave cobraba altura. Akanabe se quejaba del brazo herido.
- ¿No tendríamos que verificar si hay alguien más herido? -preguntó Abadi - Solo vemos un sector desde acá y...
- Están rastreando y chequeando desde el aire -replicó secamente el policía - ¿Cómo podríamos hacerlo mejor?
La discusión quedó zanjada y permasnecieron en silencio.

Llevó contados minutos que el ejército despachara un Bell 212 sanitario.
En el blindado sintieron acercarse al aparato, con un sonido más pesado y grave. Enseguida ganaron el interior de la tanqueta.
- Vamos, ¡vamos! -apremió el policía
El piloto apoyó la nave rozando el suelo y en segundos se abrió la portezuela corrediza lateral, de la que saltaron dos hombres con equipos de auxilio médico y una camilla rígida, donde ubicaron a Akanabe, inmovilizándolo para su protección. El resto trepó, se encaramó a bordo y quedaron sentados unos frente a los otros. Comenzaron a ayudarse mutuamente a colocarse los cinturones cuando la turbina de la máquina aulló aumentando su potencia; en ese momento, en que aún no habían cerrado la portezuela, se escuchó un alarido desgarrador
- ¡Nooooo! ¡Noooo! ¡Acá! ¡Por favor! ¡¡Por favor!!
- ¡Es Azcuénaga! -gritó Levenssen que se había incorporado a medias y se asomaba por el costado del helicóptero - Uno de los militares lo sujetó del brazo y otro lo tomó del cuello
- ¡Quédese ahí que estamos despegando!- le gritó el último en sujetarlo
En ese momento los pilotos lo vieron desde la cabina.
El administrador con el traje hecho trizas corría ciego de pánico por lo que había sido el acceso principal; detrás de él, algo así como un perro... un perro gigantesco, que... que ¡brillaba!, encandilaba...
El piloto del Bell, llamó a su colega policial
- Gazelle, soy EA028HS; ¿Lo vé?, lo tengo a las doce, justo frente a mi proa
- Lo vemos, sí, pero... ¿Qué es?
El animal corría como un felino, tenía enormes garras; irradiaba un resplandor broncíneo pero el pelaje, no parecía pelaje; y su cabeza, sus homóplatos, tenían algo de humano.
Azcuénaga tropezó en su carrera frenética. Cayó y fue alcanzado.
Una zarpa poderosa se hundió profundamente en su cuello y aquello se irguió sobre sus patas traseras; más bien, sobre algo parecido a dos piernas rematadas en dos largos dedos retráctiles que, clavándose en el terreno, mantenían a ese cuerpo erguido, como si de un bípedo de casi tres metros de altura se tratara. Mostrando a su víctima que, balanceada en el aire era presa de estertores, la desgarró en tiras de carne y huesos con tres rápidos movimientos de su otra zarpa.


- Oh, Dios mío... -el piloto del Bell, a treinta metros de la escena, dió potencia total a la turbina y en una maniobra peligrosa por el esfuerzo para la estructura de la aeronave, giró trescientos sesenta grados mostrando la panza de la máquina, en un arco tan cerrado que casi toca un tinglado caído con el rotor de cola
- ¡Más potencia! - le gritó a su copiloto mientras el mecánico de la nave trababa la portezuela con ojos muy abiertos
Estremeciéndose por el esfuerzo y encabritándose a medida que tomaba altura, el helicóptero del ejército, con los sobrevivientes a bordo, huyó hacia el sur. El Gazelle, entonces, atacó. Se acercaba por detrás del primero a alta velocidad y en rasante; al llegar a 100 metros del objetivo, el piloto activó la llave maestra de armamentos: dos coheteras con dieciséis proyectiles huecos de fragmentación, un tanque de napalm y dos cañones Aden rotativos de cuatro bocas cada uno, calibre 30mm.
- ¡Estás muerta bestia maldita! -gritó el piloto
El animal, brillando con el color del bronce,se sentó sobre sus cuartos traseros y cobró intensidad su fulgor. En diez segundos recibió la descarga de los treinta y dos cohetes y, en una segunda pasada, mientras lo acribillaban con munición de treinta milímetros, le arrojaron con despiadada certeza el tanque de napalm. En medio de un infierno de llamas que se retroalimentaba al consumir el oxígeno; el resplandor de aquella masa ignea se intensificó hasta hacerse cegador y luego, en un solo instante, fue como si nunca hubiese estado allí.
El copiloto, desconcertado, chequeaba su instrumental en cada pasada sobre el área en llamas
- Nada, solo el terreno ardiendo
- Fijate bien - se impacientó el piloto - ¡Tiene que estar en algún lado! ¡No se puede haber consumido en fracción de segundo!
- Tengo activados los sensores de calor, movimiento y sonidos - respondió el otro - El radar antipersonal de tierra no funciona bien, lo deben haber dañado las vibraciones de tantos disparos simultáneos...
La tecnología fue prescindible; por los mil parlantes que simulaban pequeños hongos en la superficie del parque y que en tal estropicio todos presumían destrozados, surgió una voz atronadora, aguardentosa, trémula y explosiva a un tiempo; aún a través de la carlinga, los tripulantes la sintieron hasta el tuétano.
- ¡FUERA!¡FUERA DE EREBO!¡VIENE ZERNOBOI!¡SERAN DESPEDAZADOS POR LAS MÉNADES!!
La figura se materializó nuevamente, ahora con la forma de un perro de dos cabezas... ¡Dos cabezas de serpiente!, de aspecto espantoso, viscosas, húmedas.
El piloto, enceguecido de furor y estupor, lanzó su nave hacia Eso, disparando incesablemente.
- ¡MUERAN COMO EN ARCADIA! - Bramó la bestia
El copiloto vió una sombra veloz como un rayo que se acercaba por un lado en ángulo; luego dos, ¡Tres!, llegaron como flechas, como saetas. El plexiglass de la cabina estalló en fragmentos del tamaño de granos de sal y antes de que el aparato estallara contra el suelo, los tripulantes ya habían sido devorados en vida.
Los hongos-parlantes volvieron a reir con el tañido del bronce, hasta ahogarse en una obsena ronquera; luego se oyó:
- Ya puedes venir... los portales están a resguardo

En el parque ya no había seres humanos vivos. El centro de diversiones había muerto y desde el mundo de los muertos, se hicieron cargo de la situación...




Continuará...

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