viernes, diciembre 08, 2006

Rituales Mínimos II (Cemento, chorizos y Rojo Trapal)




Tan en boga hoy - como tantas veces, pero con mucha gente de panza flaca de por medio - las cuitas de la carne, la carestía, las maniobras y los miserables de siempre; tomé distancia para una abstracción lejos de las políticas terratenientes y los discursos oficiales (los unos de dudosos escrúpulos, que siempre las quieren todas y los otros de torpes procedimientos para ponerlos en evidencia, por la necesidad de las retenciones para el choripán electoral)...
Frente al Palacio de Tribunales, en la enmascarada vallada y amurallada (literal y metafóricamente) entrada de Talcahuano 550, creí percibir un cierto olor a quemado; como yo ingresaba y, aunque habría que hacer correr el fuego sagrado de la justicia por esos lares, mi pellejo no se hace cargo, por lo que me acerqué a los yutas de guardia y les dije "che, me parece que le prenden fuego al rancho"; a lo que un suboficial, sonrisa de por medio me contestó, "no doctor, son los muchachos de la obra"... (están arreglando la fachada, porque con la facha de los impresentables de adentro poco puede hacerse), ..."es la hora del asadito..."
ASADITO... ¡Claro! y me asaltaron olores lejanos que los recuerdos de la infancia acuñó en épocas un poco más prósperas: la obra, los albañiles y la peonada eran sinónimo de asado No había construcción que tras las chapas no dejase entrever al maestro asador que, relevado de sus tareas por los compañeros, se le concedía el privilegio desde horas de la media mañana, de entregarse al noble arte del asado para llenar esas panzas que masacran calorías, con una tirita, un chori y un vinito. Esto fue así en cuanto obrador, cuadrilla de trabajo, emprendimiento vial o chalecito de suburbio se viera circular ladrillo de mano en mano y se escuchara el ronroneo de la tolvita cementera.
Hoy día la capital sufre de una furia desenfrenada de construcción, tal que su impacto llevó a paralizar nuevos proyectos para replantear el código urbano; hoy, la obra pública resurgió de sus cenizas y, públicos o licitados, se multiplican los sitios donde fluye el canto rodado y el hormigón; pero hoy el asado es un ritual ausente... Algún explorador de las nuevas tendencias, el hombre metrosexual o retrosexual, la nueva idea de salud o estética, podrá argüir que en ambas márgenes del Plata, en cuya cuenca se radica el más alto índice de consumo de carne vacuna per cápita (otra rivalidad con la Banda Oriental), la muchachada, la peonada, descubrió que es más sano pasar el mediodía con un yogurcito verde y agua finamente saborizada ¡anda cagar!; otros análisis más serios, de carácter antropológico-sociales nos hablaran de obreros esclavos que comen ceviche, chipá o mascan hojas de coca... y sí, algo de eso puede haber, los paraguayos y bolivianos de la construcción no son los de hace tres décadas, los peruanos no estaban (o estaban en las aulas por intercambio cultural); yo creo que la explicación es más simple: dijo Don Atahualpa "las penas y las vaquitas se van por la misma senda"... hoy las penas son una senda profunda por donde entran más y más resignaciones del pueblo ese que fue cultor del asado cuando todavía se le tiraba un hueso en épocas de vacas gordas, y del que huye de penas más profundas desde saqueados países hermanos; por la senda contraria esperan las vaquitas su visa al exterior; curiosamente hoy, más ajenas que nunca...


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